El presidente habló en homenaje a los caídos en Malvinas y reavivó la polémica con un mensaje liberal, economicista y funcional a la narrativa británica.
Por Rubén Pombo
Una ceremonia marcada por la contradicción
Este 2 de abril, el presidente Javier Milei encabezó el acto oficial por el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas. Desde el escenario montado frente al Cenotafio de los Caídos en Retiro, Milei pronunció un discurso que intentó conectar con el sentimiento patriótico, pero que rápidamente derivó en una pieza doctrinaria de fuerte impronta liberal.
Con menciones a la «casta», a la corrupción política, y a su modelo de “libertad”, utilizó la memoria de los caídos para legitimar su programa económico y político, dejando de lado una reivindicación concreta del reclamo soberano argentino.
El giro más polémico: «que nos voten con los pies»
“Anhelamos que los malvinenses decidan algún día votarnos con los pies…”
Con esa frase, Milei hizo una de las afirmaciones más controversiales del acto. Llamó “malvinenses” a los kelpers, habitantes implantados por el Reino Unido luego de la ocupación de 1833, y sugirió que si Argentina se vuelve lo suficientemente próspera, ellos podrían elegir ser parte de nuestro país.
Esa declaración fue interpretada por muchos sectores políticos, veteranos y analistas como una renuncia simbólica al reclamo territorial, al subordinar la soberanía al deseo de los ocupantes británicos.
Ataques a la política y relectura de la soberanía
“Nuestra demanda fue damnificada por la corrupción de la casta y el desarme de las Fuerzas Armadas.”
Milei responsabilizó a los gobiernos democráticos posteriores a 1983 por el debilitamiento del reclamo sobre Malvinas, sin mencionar en ningún momento la dictadura militar que llevó al país a la guerra, ni el rol de los organismos internacionales como la ONU en la disputa.
También deslegitimó la idea de soberanía como sinónimo de un Estado presente, y aseguró que “soberanía no es tener empresas estatales ni financiar recitales de cuarta”, en lo que muchos interpretaron como una banalización del concepto histórico de Nación.
Sin mención a Thatcher, pero con su sombra presente
Aunque en esta ocasión no nombró directamente a Margaret Thatcher, el contexto general de su discurso —en el que volvió a criticar al Estado argentino y exaltó la necesidad de que las Fuerzas Armadas sean financiadas por una economía liberalizada— volvió a instalar las tensiones por sus elogios pasados a la ex primera ministra británica, responsable del hundimiento del ARA General Belgrano.
El cierre: “Viva la libertad, carajo”, pero ¿y la Patria?
El discurso concluyó con su ya tradicional grito libertario, que pareció fuera de lugar en una fecha profundamente patriótica.
“¡Viva la libertad, carajo!”, dijo, pero sin profundizar en cómo hará su gobierno para recuperar efectivamente la soberanía sobre las islas ni en qué términos se plantea la disputa con el Reino Unido.
Conclusión: más doctrina, menos Nación
Milei utilizó una fecha sagrada del calendario argentino para reforzar su ideología, en lugar de asumir con profundidad y compromiso el reclamo nacional por Malvinas.
Omitió a los verdaderos responsables históricos de la guerra, evitó nombrar al colonialismo británico y relativizó la soberanía como si fuera una cuestión de marketing.
Discurso del Presidente Javier Milei en el Homenaje a los Héroes de Malvinas
Buenos días a todos.
A 43 años del inicio de la Guerra de Malvinas, volvemos a reunirnos como nación para conmemorar a nuestros veteranos y caídos en combate, ante la mirada orgullosa de sus familias, a quienes también les tiendo este homenaje.
Hoy recordamos a esos Héroes que dieron su vida por la Patria, que integran el panteón de quienes forjaron nuestra historia mediante su sacrificio. Hoy los honramos reafirmando con genuina determinación, el reclamo por la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur, así como los espacios marítimos circundantes.
Lamentablemente, durante las últimas décadas, nuestra demanda soberana por las islas fue damnificada de forma directa o indirecta, por las decisiones económicas y diplomáticas de la casta política.
Nadie puede tomar en serio el reclamo de una nación cuya dirigencia es conocida en el mundo por su corrupción e incompetencia y por llevar a la Argentina a los brazos de la escoria del mundo. Quien empobrece sistemáticamente a su suelo y hace causa común con dictadores y dictadorsuelos, entra a cualquier negociación diplomática desde una posición de desventaja. Luego, si a eso le sumamos el desarme y la demonización deliberada de las Fuerzas Armadas, teníamos la receta perfecta para que las Islas Malvinas permanezcan para siempre en manos extranjeras.
El primer paso que debemos dar, entonces, es levantarnos como país en todo sentido, tanto material como espiritualmente, y recuperar el lugar en la comunidad internacional que nunca debimos haber perdido. Y no hay otra manera de hacerlo que aplicando las ideas de la libertad, tanto dentro de nuestras fronteras como hacia afuera, abriéndonos al comercio internacional y adoptando una política exterior alineada con las naciones libres.
Este es el primer Gobierno en mucho tiempo que entiende que un país soberano debe ser, en primer lugar, un país próspero. Solo así podemos dar el segundo paso: dignificar a nuestras Fuerzas Armadas mediante las inversiones necesarias, solo al alcance de una nación próspera. Para crecer es en vano si no se reordena el gasto público, fortaleciendo aquellas áreas en las que el Estado debería ocuparse y eliminando las que sobran, porque cuando el Estado se arroga tareas que no le competen, siempre es en detrimento de funciones esenciales. A pesar de que la casta política intentó convencernos de lo contrario durante décadas, la Argentina necesita unas Fuerzas Armadas robustas. Son necesarias para defender nuestro extenso territorio de potenciales amenazas en un contexto global de creciente incertidumbre.
También son imprescindibles en cualquier discusión diplomática. Ante esto, la historia es implacable: un país fuerte es un país respetado. Esto no quiere decir que la fuerza haga el derecho, pero tampoco se puede llevar a cabo una política exterior desde un idealismo ingenuo e infantil.
Para nosotros, las Fuerzas Armadas son motivo de orgullo. Hemos dado por terminado el tiempo en el que eran menospreciadas. Prueba de ello es que, el 9 de julio del año pasado, por primera vez más de 2.000 de nuestros veteranos encabezaron el desfile militar en el acto por el Día de la Independencia, ante una multitud orgullosa y agradecida por su accionar en defensa de la Patria.
Por eso, además, acabamos de promulgar un decreto que instruye al Ministerio de Defensa a reconocer el grado de Subteniente de Reserva al personal de Soldados Aspirantes a Oficiales de Reserva veteranos de la Guerra de Malvinas. Dicho grado les hubiera correspondido una vez concluido el servicio militar, pero quedó trunco al haber recibido la baja directa tras la finalización de la guerra.
Se trata, ni más ni menos, de saldar una deuda con estos Héroes, que ya lleva 43 años siendo sistemáticamente ignorada por sucesivos gobiernos y que pretendemos rectificar de una vez por todas.
Sin todo lo anterior, cualquier noción de soberanía pierde sentido. Soberanía no es que el Estado tenga muchas empresas, ni que financie la industria cinematográfica, ni recitales de cuarta, ni cosas semejantes. Creer que a mayor Estado, mayor soberanía es un concepto orwelliano bajo el cual la política ha pretendido, a lo largo de la historia, ocultar sus negocios sucios y cuyo resultado es un pueblo pobre y esclavo de un Estado omnipresente.
Nosotros, en cambio, hemos venido a recuperar esa palabra que hasta hace poco tenían secuestrada, para darle el sentido que realmente merece. Un pueblo soberano es un pueblo floreciente, pujante, respetable y, sobre todo, orgulloso de sus Fuerzas Armadas. Una nación como la que supo levantar la generación del ’80 y que, tras un siglo de humillación, estamos reconstruyendo.
Como ya he dicho en otra ocasión, no venimos a aplicar recetas extravagantes, sino a retomar esas fórmulas que supieron hacernos exitosos.
Y si de soberanía sobre las Malvinas se trata, nosotros siempre dejamos claro que el voto más importante de todos es el que se hace con los pies. Anhelamos que los malvinenses decidan algún día votarnos con los pies a nosotros. Por eso buscamos hacer de Argentina una potencia tal que ellos prefieran ser argentinos y que ni siquiera haga falta la disuasión o el convencimiento para lograrlo.
Por eso, hemos emprendido el camino liberador que estamos transitando, para que Argentina sea el país más libre del mundo, vuelva a tener el PBI per cápita más alto del planeta y que todos los ciudadanos del mundo fantaseen con el sueño argentino. Eso es lo que este gobierno entiende por soberanía. Es la vara con la que nos medimos y no nos conformamos con menos.
Para terminar, en este segundo 2 de abril que me toca como Presidente, quiero volver a insistir en nuestro reclamo inclaudicable por las Islas Malvinas, reforzando el compromiso de agotar todos los recursos diplomáticos a nuestro alcance para que vuelvan a manos argentinas.
Finalmente, a los veteranos, a sus familias y a todos quienes visten uniforme en defensa de la Patria, les reitero mi eterno agradecimiento en nombre de todos los argentinos.
¡Que Dios bendiga a la República Argentina, que las fuerzas del cielo nos acompañen! ¡Viva la libertad, carajo! ¡Muchas gracias! ¡Viva la Patria!
Fuente: Casa Rosada
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