
Porque, como escribió Luciana Verón, la pregunta que sintetiza este debate es la más incómoda de todas:
“¿Cuál es la vara?”
La vara no es jurídica: si lo fuera, se investigaría con la misma intensidad cada irregularidad, cada abuso y cada gesto de violencia institucional.
La vara tampoco es ética: si lo fuera, no habría silencio sistemático ante hechos gravísimos cometidos por mandos altos o funcionarios con protección política.
La vara es, simplemente, el poder.
La vara del silencio y la vara del género
En este caso, la vara aparece con una rapidez ejemplar: expediente inmediato, exposición mediática, juicio moral, sumario, suspensión.
La reacción del Estado porteño no sorprende: lo que se castiga no es el video, sino la posibilidad de disciplinar a alguien sin espalda política, sin padrinos y sin red de contención institucional.
Y en esa vara también opera el género. No es casual que el aparato disciplinador funcione con mayor velocidad cuando se trata de una mujer joven, expuesta y fácilmente estigmatizable. El doble estándar se activa al instante: mientras algunos escándalos protagonizados por varones quedan bajo la alfombra, este se convierte en una “urgencia administrativa”.
La vara como dispositivo de control
La vara es también el silencio.
- Silencio ante hechos graves.
- Silencio ante prácticas de hostigamiento interno.
- Silencio ante jefaturas que maltratan, rotan, desplazan y sancionan sin fundamento.
- Silencio ante mandos que exceden funciones o comprometen procedimientos.
- Silencio, sobre todo, cuando el involucrado tiene algún tipo de protección política.
Pero cuando aparece un caso así —menor, mediático, explotable— la vara se vuelve un mazo. Y el sistema actúa con una velocidad que nunca muestra para cuidar a su propio personal cuando enfrenta violencia, precarización o arbitrariedad.
Este no es un análisis moral. Es un análisis institucional: ¿por qué ciertas conductas generan reacción inmediata mientras otras, mucho más graves, jamás llegan a sumario?
La vara del disciplinamiento
La vara, en definitiva, no es la ley. La vara es el modo en que el Estado decide a quién disciplinar y a quién proteger.
La vara es quién tiene poder para atravesar un escándalo sin consecuencias y quién queda expuesto por un video.
La vara es una forma de gobierno: selectiva, desigual, funcional al control de los más vulnerables y al blindaje de los más cercanos.
El caso de la policía sancionada por publicar contenido erótico no debería leerse como un hecho aislado.
Debería leerse como lo que es: una nueva muestra de cómo se administra el control dentro de las fuerzas, y una confirmación de que el castigo es rápido cuando la persona es reemplazable y el silencio es profundo cuando el involucrado es imprescindible para la estructura de poder.
El episodio puede gustar o no. Puede incomodar o no.
Pero la vara revela siempre lo mismo: quién manda, quién calla y quién paga.
Y, una vez más, la que paga es la que menos poder tiene.
El FOCO
Este caso revela algo más profundo que una sanción aislada: muestra cómo funciona el foco del poder administrativo. No todos los trabajadores reciben la misma atención ni el mismo nivel de escrutinio. La sanción no surge de una política clara ni de un criterio objetivo, sino de una selección previa: alguien entra en el radar mientras cientos de situaciones similares pasan inadvertidas.
No es la falta lo que activa la maquinaria disciplinaria, sino la combinación de prejuicios, exposición pública y conveniencia institucional.
Cuando la administración elige mirar a una persona y no a otra, ya empezó a sancionar.
Y esa desigualdad en la mirada es el primer escalón de un disciplinamiento que se disfraza de procedimiento, pero que en el fondo revela un problema mucho más serio: la vara no castiga igual a todos porque el foco nunca ilumina a todos por igual.
Reseña breve de Foco y Vara
Foco y Vara es una teoría que explica cómo el Estado —y cualquier organización jerárquica— ejerce poder de manera desigual a través de dos mecanismos invisibles pero cotidianos.
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El FOCO define a quién se mira: quién entra en el radar disciplinario, quién se vuelve “caso” y quién permanece invisible. Esa selección está influida por prejuicios, conflictos internos, exposición pública o conveniencia política.
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La VARA define cómo se mide y cómo se castiga: a unos se les aplica la norma con máxima dureza, a otros con indulgencia, y a muchos ni siquiera se les aplica. La misma conducta puede generar sanción severa, indiferencia o protección.
La teoría sostiene que la desigualdad no nace en la ley: nace en la mirada y en la medición.
FyV muestra que las organizaciones no castigan hechos: castigan personas.
Y que detrás de esa selectividad operan lógicas de poder, miedo, afinidad, prejuicio y silencios administrativos.
Nombrar el dispositivo no solo permite describir cómo funciona el castigo desigual: también abre la puerta para discutir cómo desmontarlo y construir instituciones basadas en confianza, equidad y transparencia.
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